Víctor García de la Concha: «La lengua está por encima de todas las diferencias»

CARLOS LEÁÑEZ ARISTIMUÑO (EL NACIONAL DE CARACAS)
«Nunca olvidaré mi primer día de escuela —nos dice Víctor García de la Concha en pleno verano madrileño, con ojos entrecerrados y una leve sonrisa—. El aula era modesta y, en la pizarra, el maestro, con tizas de colores, había dibujado el Quijote y Sancho Panza. Cada día nos leía un capítulo y nosotros teníamos que resumirlo por escrito y leerlo en alta voz. Luis Cortés, se llamaba mi maestro. Fue el responsable de mi vocación literaria».
No saben los maestros cómo habrán de germinar sus gestos en niños que son todo futuro. El caso es que Luis Cortés puso a García de la Concha en un contacto íntimo y cotidiano con nuestra lengua y que, del conocimiento, brotó un intenso amor y, de ese amor, un destino. Un destino clave para la historia de nuestra lengua en el siglo XXI.
El camino hacia América
«Si dejas la Academia, tú mueres. Soñaste mucho con ser director. Sigue allí. Yo te hago todo lo que haga falta y con una promesa: no moveré un papel sin que tú te enteres». Así le habla don Víctor en 1994 a Lázaro Carreter, a la sazón director de la Real Academia Española (RAE), cuando este se plantea renunciar al cargo a causa de un ictus. No renuncia. García de la Concha, desde la secretaría de la RAE, cumple su promesa. Empieza así su intensa andadura en la institucionalidad de la lengua. Y, cada vez más, oye a aquellos que comienzan a susurrarle claves de futuro: «La RAE no está haciendo lo que debe con las academias de América. Hay que dar un giro». Don Víctor,  europeísta de formación, va siendo empujado a un destino absolutamente americanista. Todo queda sellado con su nombramiento como director de la RAE en 1998 cuando el rey le dice: «No te voy a pedir más que una cosa: que te ocupes de América. Tú tienes que ir a todas y cada una de las academias. Hablar con todos y cada uno de los gobiernos. Yo te abriré las puertas». Además, en el mismo sentido van las voces de su antecesor, de Francisco Ayala, de muchas otras personas.
García de la Concha se pone en acción de inmediato. En ocasión del lanzamiento de la ortografía de 1999, consultada con el resto de las academias, hace su primera —de un total de 46– gira americana. «Quise empezar en el país donde Bello realizó lo fundamental de su obra». Ocurrió en el aula Bello de la Universidad de Chile –«para mí, lugar sacrosanto»─. Llega el día. Una situación política tensa –«contencioso por la detención de Pinochet, movida por el juez Garzón; embajada de España en Chile rodeada de tanquetas»– y un clima cruel –«día invernal terrible, nevisca de los Andes, viento cortante»– llevan al director de la academia chilena a confesar: «no creo que tengamos gente». Se equivoca: el aula se halla rebosante. Hay expectativa y entusiasmo. Están todos los que deben estar y más. Las banderas de Chile y España se encuentran desplegadas. Son interpretados los himnos. «Fue una vivencia iniciática que me metió dentro del alma esta idea: la lengua está por encima de todas las diferencias». Y así, en todos los países, independientemente de la coyuntura política, era recibido con los brazos abiertos. «El deseo de la RAE de hacer todo con América era absolutamente mutuo». Ese primer viaje, en el que pasó por Venezuela, concluyó en Cuba.
Pero el ciclo de presentación de la ortografía de 1999 concluía en España, en la RAE. Y fue en esa casa, al intervenir el director de la academia chilena, que se da el gran giro. «Para esta edición de la ortografía –expuso– hemos prestado nuestro nombre, hemos aportado observaciones, pero en lo sucesivo, si de verdad se quiere hacer una política panhispánica, tenemos que arrancar desde cero, sentarnos todos alrededor de una mesa, decir qué es lo que hay que hacer, cómo lo vamos a hacer y hacerlo entre todos». Punto final a una relación centro-periferia. Se trata de cocrear. Surge la idea de consensuar entre todas las academias del orbe hispanohablante los tres grandes códigos: el léxico, la gramática y la ortografía. El reto más grande fue la gramática: la existente era de comienzos de siglo y totalmente peninsular. Se requería una del español total y actualizada. Fue un trabajo de doce años. Ya hoy los tres grandes códigos de la lengua se hallan consensuados. «A medida que trabajábamos, fuimos descubriendo que el español es una lengua profundamente unida. Más del 91 % del léxico es común y las divergencias remiten generalmente a nombres de animales, plantas, costumbres, comidas, etc. En lo gramatical, cuestiones que pensábamos propias de Andalucía, las hallábamos en México; otras que imaginábamos de Costa Rica, las encontrábamos en Chile. Y en lo substancial, profunda unidad. En la nueva ortografía, se hizo una muy explicada y cada vez más sencilla, que si bien ha encontrado resistencias entre quienes conocen la norma anterior, la agradecen los que hoy la aprenden en las escuelas».
Hacia el mundo con América
Concluida la etapa al frente de la RAE en 2010, don Víctor es solicitado en 2012, a sus 78 años, para que dirija el Instituto Cervantes, ente del Estado español encargado de difundir la lengua en los países no hispanohablantes y la cultura en lengua española en el mundo. Se resiste: «yo ya he prestado un servicio muy largo a la unidad de la lengua, yo ya tengo edad…». Se desea que federe, como lo hizo con las academias. Termina por ceder. «Que todos los países latinoamericanos sientan al Cervantes como una empresa propia que fue puesta en marcha por España» es la misión que se plantea.
México, primer país hispanohablante y frontera norte de nuestro idioma, debe ser el primer interlocutor. Se le plantea que comparta con el Cervantes todos sus centros alrededor del mundo, especialmente en los EE. UU., trampolín del español como lengua internacional. Se logra. Pero los mexicanos van más allá y proponen un programa conjunto: impartir cursos de español en Washington para diplomáticos, revitalizar el sistema de acreditación internacional de conocimiento del español, instaurar un diploma en línea, organizar una federación de centros de formación de profesores de español como lengua extranjera, crear un centro de estudios mexicanos en la sede del Cervantes en Madrid. Acuerdo total: ya en septiembre abre este centro y, gracias a él, se le podrá dar seguimiento a los cuatro puntos anteriores. También habla García de la Concha con Juan Manuel Santos, quien le plantea su deseo de convertir a Colombia en «líder de la enseñanza de español para extranjeros». Y ya está a punto de instalarse una antena del Instituto Caro y Cuervo en Madrid. Lo propio está ocurriendo con Chile, a través de la Fundación Chile-España. Se está en conversaciones con Perú para lo mismo. «Esta casa tiene que estar llena de América», dice en su despacho y le brillan los ojos de entusiasmo. «Además, como tenemos que estar por todo el mundo, debemos repartirnos el trabajo y evitar duplicidades. El patrimonio y el beneficio son comunes. Respetando, por supuesto, la especificidad de cada uno».
Le planteo a don Víctor que el futuro del español como lengua internacional pasa por los EE. UU. y que, en lo sucesivo, se debe ir allí de lo cuantitativo a lo cualitativo: resaltar el rango mundial de la cultura en español para así mantener el orgullo de quien posee nuestra lengua, avivar el deseo de aprenderla en quien la ignore o la posea en forma disminuida. «Desde que llegué al instituto no ceso de insistir –me responde– en lo que usted ha dicho. Sí, hay que ir a lo cualitativo. El español no debe ser considerado como una lengua de inmigrantes que vienen a incordiar y a poner en peligro la unidad de EE. UU. Pensé que había que ir a un sitio de excelencia: Harvard. Trascender los cuatro datos que se repiten. Hacer estudios serios. Además, no los españoles en solitario, sino con los iberoamericanos y estadounidenses. Preguntarnos cómo se mueven los grupos nacionales, cuál es la actitud de las segundas generaciones ante la conservación y el estudio de la lengua materna, qué metodologías se están utilizando en los colegios bilingües, cuál es el nivel del profesorado… Tras meses de negociaciones todo cuadró y ya el Instituto Cervantes en Harvard es una realidad». Y a todos los latinoamericanos que van instalándose en la sede de Madrid, les dice: «Venís aquí, pero también tenéis que ir a Harvard». Se está planificando reunir pronto en un evento a editores, distribuidores y autores para impulsar las traducciones del español al inglés. Hay muchas expectativas.
Ha transcurrido ya más de hora y media. Una llamada indica a don Víctor que hay otras cosas en agenda. Apuro una última pregunta, hago que nos tomen unas fotos, le obsequio una barra de chocolate venezolano: «Sol concentrado –le digo– vitaminas para el alma». «Bueno, bueno, bueno», replica mientras la toma en las manos y la mira como chico con ganas de adelantar una merienda. De vuelta al hotel, oigo la grabación… ¡Y pensar que hay quien percibe a don Víctor como un hábil estratega que realiza un último intento de hegemonía española sobre nuestro patrimonio común! A mí, luego de seguir la pista de su vida y verlo a los ojos, me parece un hombre que nos plantea la oportunidad de montarnos, con nuestras especificidades e intereses, en una institucionalidad ya operativa que podría virar, aún más y con todos, hacia objetivos para todos necesarios.
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