La lengua en que vivimos – México, América Central

SERGIO RAMÍREZ (EL TIEMPO.COM, COLOMBIA)
Cervantes nos heredó esa lengua que se apropia con brillo de los neologismos y se abre a hibridaciones cada vez más sorprendentes. Una lengua que es ya del futuro. La lengua siempre viva de la imaginación.

Centroamérica fue el escenario del Congreso Internacional de la Lengua, que tuvo por tema central «El español en el libro», en tiempos en que la tecnología digital afecta cada vez más no solo las maneras de leer y de escribir, sino también de percibir el mundo y, por tanto, de vivir la cultura.
Y Centroamérica es una tierra fundada por los libros. El nicaragüense José Coronel Urtecho señala que hay una obra de valor universal por cada período de la historia de Centroamérica: el Popol Vuh, el libro sagrado del pueblo quiché, en la época precolombina; la Verdadera relación, de Bernal Díaz del Castillo, en la época de la conquista; la Rusticatio Mexicana, de Rafael Landívar, en la época colonial, y la poesía de Rubén Darío en la época independiente. Agreguemos a esa lista las novelas de Miguel Ángel Asturias en el siglo XX.
Son libros que cuentan la historia como un gran mural en movimiento, y relatan la disputa trascendente entre la opresión y la libertad, la muerte, la guerra, el despojo, el exilio, y registran las maneras en que se ha formado nuestra cultura desde las civilizaciones prehispánicas, y cómo la lengua y sus transformaciones e invenciones van tejiendo esa red que nos impide caer en el vacío, porque no pocas veces hemos sido salvados por la palabra de la mediocridad y del olvido.
Pero estos libros que definen a Centroamérica también nos llevan, desde la lengua quiché en que, desde el anonimato, nos fue heredado el Popol Vuh, el latín clásico en que fue escrita la Rusticatio Mexicana por un jesuita exiliado en Bolonia, y el español del Siglo de Oro De Bernal, soldado de la conquista, hasta la virtud transformadora de la lengua, encarnada en Rubén Darío, modernista y modernísimo, que aún sigue abriendo puertas en el idioma como se las abrió a Neruda, a Vallejo, a García Lorca, a Borges. Con Rubén ganamos en la cultura el espacio de libertad que el caudillismo cerril nos negaba en aquel paisaje rural, desangrado por las guerras, poblado de analfabetos y donde medraban los «licenciados confianzudos, o ceremoniosos, y suficientes, los buenos coroneles negros e indios, las viejas comadres de antaño…», según recuerda él mismo. Comenzamos a ser modernos en la literatura cuando seguíamos siendo arcaicos en el sistema democrático.
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